Actualizado el 23 mayo 2021 por Vero Boned
Recuerdo la primera vez que me planteé seriamente viajar por el mundo. No quería tomarme unas vacaciones sino que quería vivir una aventura intrépida de varios meses -e incluso años-. Eran los 90s, tenía poco menos de 15 años y –con esa sensación de inmortalidad, rebeldía y energía que te confiere la adolescencia- deseaba salir de las fronteras de mi ciudad para explorar y descubrir qué había del otro lado. Desde el incio y concepción de mi sueño viajero nunca hubo un acompañante en mente. Quería hacer ese viaje sola y al decir “sola” yo me refería a ir sin la compañía de mi familia o de mis amigas. Mujer viajera, este texto de hoy es para ti.
Mujer viajera via Shutterstock
En ese momento de mi vida no pensé que para viajar necesitaba hacerlo, según un mandato cultural que tiene un patriarcado enquistado, bajo la tutela masculina. Todo sea dicho, tuve la suerte de tener en casa un rol femenino muy fuerte que vio con buenos ojos mi espíritu de exploradora.
En ese primer momento, desde mi juventud e ignorando muchas cosas, el hacer uso de mi derecho a caminar el mundo me parecía algo normal, no una cosa de “valientes” o una acción “reivindicativa”.
Tanto es así que cuando durante mi viaje me preguntaban si “viajaba sola”, nunca lo interpreté como “sin la compañía de un hombre”, sino como “sin la compañía de otro ser humano”. Hicieron falta muchos años y comprender mejor la complejidad social y cultural para que yo entendiera las ideas y prejuicios subyacentes en ese “viajar sola”.
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Con 20 años y a punto de iniciar mi primer gran viaje en solitario los miedos más grandes eran todos relacionados a saber moverme, a hacerme entender, a encontrar sitios donde dormir y comer o a evitar que me robaran. Pero insisto, que este metro cincuenta y ocho de mujer “pululara suelta y libre” por las carreteras del mundo jamás lo tomé como un acto de reivindicación feminista o un acto revolucionario.
Debería haber sospechado algo cuando empecé a autocensurar y estudiar bien mis movimientos –diurnos y nocturnos- o me deberían haber sonado las alarmas cuando caminaba encogida y a paso rápido por las noches. Tomé como algo “puntual y de alguien loco” cuando un hombre me persiguió por las calles de Nueva York durante más de una hora –hasta que me atreví a enfrentarlo parada al lado de un policía en una calle súper concurrida- o no debería haber tomado de forma natural los comentarios que los hombres hacían sobre mi y hacia mi en las calles de USA, Europa y Egipto.
Pero claro, en la cultura patriarcal en la que me crié -en mi Buenos Aires natal- no solo nunca cuestioné los piropos (o mejor dicho el “acoso callejero”) y su red más invisible pero omnipresente -el machismo- sino que en ese momento de mi vida no lo tomé como un peligro del que tendría que defenderme o que coartaría y limitaría mis movimientos de forma consciente o inconsciente tanto en mis viajes como en mi vida diaria.
Es más, creía que debía sentirme “halagada” por ser objeto de deseo de esos hombres –incluso de ese hombre que “me encontró tan atractiva” que decidió masturbarse en el metro de Buenos Aires mirándome-.
Sabía que había “locos sueltos” –que hoy entiendo que no son “locos” sino que son hijos sanos del patriarcado- de los que tenía que cuidarme… y que daba igual que estuviera sola –sin compañía de otro ser humano- que rodeada de mi familia, que ellos se las rebuscarían para atacar en cuanto tuvieran la ocasión.
Como ese hombre pedófilo que cuando yo tenía 12 años quiso tocarme -o que lo tocara a él- mientras yo estaba en una playa de Miami con mi familia… pero él aprovechó el momento en que mi madre, su marido y mi hermano entraron al mar y yo quedé “sola” sentada en una reposera bajo la sombrilla.
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Dos décadas después y con mucha más experiencia e información puedo enarbolar mi bandera por una lucha por la igualdad e intentar que las mujeres reconquistemos el espacio público. Esta cultura en la que vivimos y que nos quita privilegios me afecta cada día de mi vida, incluyendo mis viajes.
Sigo recibiendo miradas de desaprobación cuando digo que me voy sola de viaje. Sigo recibiendo decenas de mails semanales de mujeres que quieren viajar pero no se atreven, sobre todo por miedo a ir solas en un mundo que nos toma como “débiles” y nos hace sentir que “sin un hombre a nuestro lado el mundo es peligroso”.
Considero que hoy en día viajar es un arma de empoderamiento femenino: ¡tomemos las calles y tomemos el mundo, que también es nuestro! Estoy harta de explicar que si me hacen algo durante un viaje no es por la “negligencia de viajar sola” sino por culpa del acosador/violador/asesino y por la del sistema que lo permite.
Sí, es culpa de un sistema que históricamente nos ha tratado como objetos y que nos ha machacado con la idea de que mientras el hombre puede hacer uso de la vía pública sin miedo, somo nosotras las que debemos cuidarnos, protegernos… ¡de ellos!
Es como en esos países donde los ladrones campan a sus anchas con total impunidad y el resto de los mortales tenemos que vivir tras las rejas en las ventanas y puertas de nuestras casas, poniendo alarmas en nuestros coches o poniendo bajo vigilancia nuestras pertenencias. Solo que hay muchos más hombres con actitudes machistas que ladrones…
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Los privilegios de los hombres claramente no son los nuestros y muchas veces no se dan cuenta siquiera de este privilegio y por ello niegan una realidad que las mujeres vivimos a diario, en cualquier parte del planeta (si no sigan, por ejemplo, el hilo en twitter “¿A los hombres también les pasa?”). Las mujeres sentimos miedo porque ellos pueden impunemente, y respaldados por una sociedad machista, decirnos lo que quieran, hacer con nosotras lo que quieran. Incluso, a lo largo de la historia, nos han dicho qué terrenos del planeta NO PODÍAMOS PISAR.
Por ejemplo, ¿sabías que durante muchos años las mujeres teníamos prohibido pisar la Antártida? Las “razones” que los hombres daban para esta prohibición iban desde la fortaleza física que se debía tener para ir a esta zona (y que según ellos las débiles mujeres no teníamos) hasta que éramos una mala influencia para los hombres que estaban allí para trabajar (y por supuesto nosotras, con nuestros encantos hipnóticos, íbamos a distraer).
Cuando finalmente una mujer fue permitida en la zona –la danesa Caroline Mikkelsen-, lo hizo junto a su marido. Hicieron falta muchos años para que las mujeres tuviéramos permitido pisar esta zona de hielo (un buen artículo sobre este tema lo puedes leer aquí -está en inglés-, este otro con los logros de las mujeres en Antárida -también en inglés-, o la experiencia de una mujer en Antártida aquí).
Pero ¿creéis que esto es “cosa del pasado”? No, a día de hoy –año 2018- hay muchos sitios donde las mujeres tenemos vetado el acceso .Un ejemplo es el Monte Omine y el templo The Ōminesanji que lo corona, en Japón. La ruta de peregrinaje hasta el templo estuvo prohibido a las mujeres durante muchos años y a día de hoy aún hay zonas de ese peregrinaje a las que las mujeres no podemos acceder y aún así es Patrimonio de la Humanidad (Unesco avala un sitio donde la mitad de la población mundial no puede entrar ¿qué os parece?).
Otro ejemplo en Japón es la isla de Okinoshima, que prohíbe a las mujeres acceder. Pero esto también pasa en Europa ¡a día de hoy! Si eres mujer intenta ir al Monte Athos en Grecia… ¡es imposible! Las mujeres tienen vetado el acceso… no solo las mujeres, las “hembras” de otras especies de animales también.
¿Otros lugares a donde las mujeres no podemos ir? A un estadio de fútbol en Irán, a algunos templos hindúes o islámicos en Indonesia, Myanmar o India como el templo dedicado a la deidad hindú de Ayyappan en Sabarimala… y si estás en Arabia Saudí directamente no puedes entrar a ningún lado sin la compañía de un hombre –por no decir que no puedes hacer nada sin la compañía y permiso de un hombre desde abrir una cuenta bancaria o conducir hasta ir a una piscina pública o ir al cementerio-.
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Ojalá no tuviera que estar escribiendo este artículo, pero la realidad nos muestra que “viajar sola” (como mujer) sigue siendo un acto revolucionario, sigue siendo considerado cosa de “valientes” y claro ejemplo de ello es el movimiento #ITravelAlone que anima a las mujeres a viajar solas a pesar de toda la carga social y cultural que ello implica. Otro ejemplo de que esta clase de artículos es necesario es el tratamiento que le han dado los medios –reflejo de la sociedad- al caso de Marina Menegazzo y Maria Jose Coni, dos chicas argentinas que recorrían Ecuador y fueron asesinadas. Los medios dijeron de ellas que “viajaban solas” (ellas DOS viajaban “solas”) perpetuando esa idea de que las mujeres no deberían viajar sin el acompañamiento de un hombre y que insinúa que “ellas se lo buscaron… por viajar SOLAS”.
Es cierto que mi blog nació de una necesidad de género. Cuando en 2009 empecé a buscar datos sobre el Sudeste Asiático encontré que la información más fiable y actualizada estaba en “blogs” –que en ese momento yo no comprendía ni el concepto de lo que era un blog- pero vi que había webs con relatos de gente normal –y no de oficinas de turismo ni agencias de viaje- que estaba en ruta y compartía consejos y experiencias en el ciberespacio.
Fue allí cuando por primera vez en mi vida me di cuenta que no era igual viajar como hombre que como mujer. Me di cuenta que las palabras de ese tal “Brian” australiano que decía que caminar solo por las calles de Camboya era seguro no me daban seguridad… porque por primera vez me pregunté: “¿pero una mujer caminando sola por Camboya también es seguro?”.
Fue ahí, en ese momento, en el que este sistema patriarcal, este mundo machista me golpeó la cara y me entumeció el cuerpo. ¿Sería seguro para una mujer viajar sola por Asia? La raíz de esta pregunta no era otra que pensar que en aquellos países, donde muchos de los derechos de las mujeres eran visiblemente coartados y pisoteados –aquí en España estaban más tapados y recién en estos últimos años se habla de ello-, los hombres podrían hacerme daño.
Esto lo cuento con toda la sinceridad del mundo, no es que yo quiera apoyar o dejar de apoyar la lucha feminista -que sí- pero lo cuento desde el miedo más profundo que sentí en ese momento. Esta vez yo no pensaba ni temía no saber comunicarme, no poder encontrar alojamiento, intoxicarme por una comida en mal estado. Yo estaba dudando si ir o no ir a Asia porque tenía miedo a ser acosada y/o agredida sexualmente.
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Por suerte cada vez más las sociedades –sobre todo las occidentales- están concienciadas de que el mundo es tanto de hombres como de mujeres. Cada vez más se habla de igualdad… pero llevarlo a la cotidianidad, a los pequeños actos diarios, es más difícil. Hay que cambiar años, décadas, siglos de una cultura patriarcal y las mujeres debemos seguir luchando a diario por recuperar nuestros espacios.
Me doy cuenta que la lucha no está ni cerca de ganada, y soy consciente de que a mi me falta mucho por aprender también. Por ejemplo, cuando en mi propio blog recomiendo destinos “seguros” para mujeres o “destinos ideales para viajeras primerizas” ¿saben en lo que pienso cuando hago mis listas de destinos? Pienso en aquellos en los que una mujer se sentiría más cómoda moviéndose.
Sí, porque hay países en los que el acoso es menor –que no nulo- o que la seguridad es relativamente buena o que el sistema de protección a la víctima es relativamente decente. Pero aquí todos los países pecan de inoperantes, incluso el nuestro: esta España que intenta a diario superar el machismo pero que se presenta más difícil de erradicar que en su momento la peste negra o la viruela.
El modelo del heteropatriarcado está tan impregnado en cada cosa de nuestra cultura –desde el lenguaje y la iconografía hasta la literatura, la música y el inconsciente- que parece una misión muy a largo plazo, muy difícil y peliaguda. Por eso tenemos que viajar.
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Para mi viajar sola es un arma de empoderamiento: no solo recupero mi derecho a recorrer el mundo, mi derecho a viajar como quiera, sino que además puedo inspirar o ayudar a que otras mujeres lo hagan. Y esto no solo funciona en mi país de origen o residencia, también creo o espero influir en las mujeres de los destinos que visito.
El intercambio cultural funciona en las dos direcciones. Yo viajo sola y conozco otras realidades y también acerco mi realidad a esas mujeres y hombres que entablan conversación conmigo a lo largo del camino. Me alegra saber que muchas mujeres tras haber leído mi blog o haber asistido a alguna charla mía han reunido el coraje para viajar… y más me alegra que lo compartan luego conmigo ya sea por email, por mensaje en mi web o de todas las formas en las que se han comunicado.
Yo les voy a decir lo que quiero, y considero que son cosas de sentido común, y lo que no quiero:
√ No quiero vagones de trenes para “women only” ni quiero dormitorios para “women only” ni quiero tener miedo al caminar por las calles –de día o de noche- porque los hombres no saben –no quieren- refrenar su impulso de decirme cosas o pensar que pueden hacer con mi cuerpo lo que quieran.
√ No quiero caminar por un mundo donde yo me tengo que proteger de ataques… sino que quiero un mundo donde se controle a los agresores, no a las posibles víctimas. Porque sí, la sensación de seguridad de una mujer está marcada por la violencia sexual de la que somos objeto y también es la que determina cómo vivimos y cómo nos movemos por los espacios públicos –ya sea de nuestra propia ciudad o de cualquier otra-.
La mayor encuesta sobre violencia de género elaborada por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea reveló que aproximadamente la mitad de las mujeres europeas evita viajar en transporte público, salir solas de casa o caminar por lugares poco concurridos, situaciones que consideran amenazantes y que constituyen una limitación de su libertad de movimientos. («Piropos: el machismo callejero envuelto en palabras bonitas», 17 de enero de 2015 publicado en El Diario).
√ No quiero un mundo donde los gobiernos no nos cuidan ni nos garantizan los mismos derechos que a los hombres.
√ No quiero cruzar una calle cuando veo un grupito de hombres en una esquina que no me quitan la mirada de encima. Tengo derecho a caminar como quiera, donde quiera y de la forma que quiera sin miedo.
√ Quiero que “viajar sola” automáticamente sea relacionado con “viajar sin compañía” y no “sin compañía de un hombre”.
√ Quiero que nadie me culpabilice si alguien me viola o me acosa.
√ Quiero que nadie cuestione por qué “una mujer” iba en short y camiseta de tirantes escotada “sola” por la calle en un país desconocido por ella.
A los hombres no se les cuestiona y no entiendo por qué debería cuestionárselo a una mujer. ¿Es mi culpa, como mujer, que un hombre se crea el dueño de la calle y de mi cuerpo? ¿Es mi culpa que un hombre crea que puede opinar y comentar sobre mi físico, sobre mi forma de moverme por el mundo o que no sepa que violar y acosar está mal?
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No fue siempre así. Hay que empezar por reconocer que este rol de la mujer –y el del hombre- es cultural. Y como tal es posible cambiarlo, no sin esfuerzo y no sin tiempo. Lo sé. Quizá yo no lo vea en esta vida –las versiones más optimistas dicen que en los países europeos por ejemplo necesitaremos ¡cerca de 170 años!-, pero espero que las mujeres de las próximas generaciones no sean consideradas “valientes” por recorrer el mundo solas o como les plazca.
No crean que esto de viajar y recuperar nuestro derecho a recorrer el mundo es de ahora. Es desde tiempos inmemoriales que las mujeres se lanzan a la aventura de explorar el planeta, pero como la historia está contada por los hombres, esas travesías han sido muchas veces silenciadas, no fuera a ser cosa que otras mujeres quisieran copiar esos comportamientos “indebidos e indeseados”.
No vaya a ser cosa que nos sintamos libres y nos demos cuenta de las injusticias que se ejercen sobre nosotras. No vaya a ser cosa que decidamos romper con sus privilegios… oh, wait!
A las mujeres les –nos- costó mucho, a lo largo de la historia, conquistar ámbitos que nos corresponden y a los que tenemos derecho: trabajo, acceso a la educación, a la cultura, a las ciencias, al voto… y ahora queremos recuperar nuestro derecho a movernos libremente por el espacio público, como la calle. Como el mundo.
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Yo aún siento miedo al viajar y me privo de muchas visitas por “no ponerme en riesgo”. No soy la única. Muchas mujeres que conozco me han reconocido que muchos viajes o excursiones concretas no las hubieran hecho de no haber estado acompañadas. Yo misma no hubiera ido a Egipto en su momento si no hubiera sido porque 5 amigos me acompañaron… o tampoco me hubiera animado a hacer ciertas excursiones si no hubiera venido un grupo de viajeros y viajeras conmigo.
¿Es justo que yo limite mis movimientos? La respuesta es NO. Pero mi sentido de autopreservación me obliga a ello. Sé en qué mundo quiero vivir, pero no dejo de ser consciente de la distancia entre ese mundo ideal y el real. En el real los hombres nos siguen acosando, intimidando, violando y matando… impunemente.
Por ello aún escribo artículos sobre cómo viajar seguras, qué medidas de precaución debe tomar una mujer al viajar sola, por eso he escrito el eBook “121 consejos sobre seguridad para la mujer viajera” y por ello cuando una hace una búsqueda en google con las palabras claves “viajar sola” los resultados muestran técnicas de seguridad, destinos “seguros”, etc. y cuando una busca con las palabras claves “viajar solo” (en masculino) los resultados son sobre destinos interesantes, destinos baratos… no existen las palabras “miedo o consejos de seguridad” para ellos.
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Es por todo esto y porque creo que aunque la cultura machista en la que vivimos no nos lo ponga fácil, nosotras debemos –sí, creo que es nuestro deber y derecho- salir a recuperar y reconquistar lo que es nuestro: las calles, las ciudades, los mares, los ríos… ¡el mundo! Salgamos a recorrer nuestro planeta, que es grande y hermoso. Cuidémonos, porque aún es necesario tomar precauciones… pero no dejemos que miles de años de cultura patriarcal que ha boicoteado nuestros sueños siga haciéndolo. Tenemos más herramientas que nunca y tenemos más “referentes” que nunca para tomar acción.
Mujeres, viajar es nuestro derecho…
¡y debemos ejercerlo!
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💁 Mujeres, sepan que nosotras salimos al mundo desde hace miles de años y lo recorremos como podemos –más que como queremos-. Mi mayor admiración para mujeres viajeras como:
– Egeria, que entre los años 381 y 382 d.C. partió de la actual región de Galicia para hacer en solitario una ruta de peregrinaje por los lugares santos que la llevó, entre otras zonas, por Francia, Italia, Jerusalén, Palestina, Egipto, Siria y Asia Menor. Escribió un libro con sus experiencias (Itinerarium ad Loca Sancta), razón por la que es una de las primeras mujeres viajeras de la historia de la que se tiene registro.
– Jeanne Baret (1740-1807), fue la primera mujer en circunnavegar el mundo y para ello tuvo que disfrazarse de hombre. Esta botánica francesa se embarcó en esta gran aventura en 1766 en complicidad del biólogo Philibert Commerson… pero cuando fue descubierta la obligaron a desembarcar en Isla Mauricio. Allí conoció a un oficial francés y regresó en barco con él a Francia, completando así la vuelta al mundo. Ella llegó al país con miles de documentos que incluían la descripción de más de 5.000 especies que ayudaron a la ciencia.
– Ida Pfeiffer (1797-1858) fue una “niña bien” por decirlo de alguna manera. Creció en una familia acomodada de Viena y a pesar de que su familia y la sociedad le impusieron el estilo de vida que ella no quería (casarse y tener hijos) en cuanto pudo –casi a los 50 años- lo dejó todo y marchó de viaje hacia nuevos horizontes: viajó durante dos años sola y con muy pocos ahorros y atraveó el Atlántico, visitó Brasil, Cabo de Hornos, atravesó el Pacífico, visitó China, India, Asia Central… y aunque regresó por un periodo corto a Viena volvió a sus andadas y navegó en barcos de velas, camino por dunas y glaciares, surcó el Caribe, recorrió Indonesia… y así siguió hasta ver con sus propios ojos este mundo. En 1849 se publicó el libro “A lady’s travel round the world” en el que narra todas sus experiencias.
– Annie “Londonderry” Cohen Kopshovsky (1870-1947), que aceptó una apuesta de dos hombres que creían que una mujer era incapaz de dar la vuelta al mundo en bicicleta. Ella no dudó en sus capacidades y así fue como se embarcó en un viaje a pedal que duró 15 meses y que solventó económicamente anunciando en su bicicleta y ropa diferentes marcas, entre ellas las de la empresa New Hampshire Londonderry Spring Water Company que fue su principal auspiciante. Así fue como Annie visitó Egipto, Oriente Medio, Sri Lanka, Singapur, Saigón y Shanghai. Su viaje quedó recogido en el libro “El viaje más extraordinario jamás emprendido por una mujer” que se publicó en 1895. De más está decir que esos hombres que la retaron a dar la vuelta al mundo no cumplieron su promesa y no le dieron el dinero, pero Annie supo sacar adelante a su familia con diversos trabajos, entre ellos periodista.
– May French Sheldon (1847-1936) fue una mujer estadounidense de buena familia que decidió organizar una expedición a Mombasa para conocer a los Masais, pero la tildaron de loca y le dijeron que África del Este no era lugar para una “dama”. Ninguno de estos comentarios la disuadieron y ella partió en 1891 via Nápoles al Canal de Suez, de allí a Yemen y así llegó a su destino final: Mombasa y conoció a los Masais y se ganó su respeto y admiración. En 1892 publicó su libro “de sultán a sultán” en el que narró sus maravillosas experiencias y también se ganó el apodo de “la reina blanca del Kilimanjaro”.
👉 Estas son solo algunas de las grandes mujeres viajeras de nuestra historia, pero hay muchas, muchísimas más que deberíais conocer. Algunas webs que recogen el listado son las siguientes: “Mujeres viajeras de la historia”, “10 mujeres viajeras y aventureras que deberías conocer pero no conoces”, “Mujeres en la historia: viajeras” (aunque en la web también citan a políticas, pintoras, luchadoras, reinas, religiosas, pilotos, escritoras, centíficas, feministas, etc.), “Mujeres viajeras españolas: el mundo según nuestras exploradoras” o “Las primeras viajeras que hicieron histria”.
👉 También os recomiendo este artículo “Caminar después de la medianoche” de Rebecca Solnit para Altaïr Magazine.
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8 comentarios
Muy buen post! tal como dices debemos seguir hablando de ésto, porque a veces siento que son las propias mujeres, no todas por cierto! las que nos hacen más difícil esta tarea, a seguir adelante!
Muchas gracias, Nardy!! A seguir luchando por recuperar nuestros espacios!
Deseo viajar tanto o más como toda y cada una de esas mujeres que han tenido la oportunidad de viajar, ojala yo también tenga la oportunidad de hacelo, algun día, necesito patrocinador.
Aunque a todas nos gustaría tener patrocinadores, la mayoría nos pagamos nuestros propios viajes! yo llevo viajando 20 años y casi el 90% de viajes me los he pagado yo. El resto fueron viajes de prensa muy cortos! Un saludo!
Vero, me encantó leer este post. Excelente tu manera de abordar la problemática de las mujeres viajeras.
Muchas gracias, Gabriela! Hay que alzar la voz para que las cosas cambien!
Olé, olé y olé Vero!! Así se habla!!! Comparto todos y cada uno de los puntos. Sigamos!!
Muchas gracias, Ali!! Hay que hablar más de estas cosas!!! 🙂